Baixe Alcina Arqueologuia Antropologica OUTRA e outras Notas de estudo em PDF para Antropologia, somente na Docsity! JOSE ALCINA FRANCH
Arqueologia
o antropológica
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O José Alcina Franch, 1989
€ Ediciones Akal, S. A., 1989, 2008
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(Madrid)
ford, 1968) y el libro de David L. Clarke (1968), y en 1971 los libros
de Dunnell y Patty Jo Watson, Steven A. LeBlanc y Charles Red-
man (Dunnell, 1971] y Watson-LeBlanc-Redman, 1971 y 1974). Que
el fenómeno es general, como dice Litvak, lo prueba el reconoci-
miento en libros de carácter manual como la ya clásica «Introduc-
ción a la arqueologia prehistórica» de Hole y Heizer (3.º edición:
1973), o en la «Historia de la arqueologia americana» de Willey y
Sabloff (1974). Para estos autores, el movimiento generalizado al
que estamos llamando provisionalmente «nueva Arqueologia» inicia
un nuevo período o etapa en la historia de esta ciencia: el período
explicativo.
iQuiere decirse, por consiguiente, que la Arqueologia «tradicio-
nalista» o las demás Arqueologias sobran? Como dicen Watson, Le-
Blanc y Redman: «no creemos que exista un abismo infranqueable
entre la vieja arqueologia y la nueva» (Watson-LeBlanc-Redman,
1974: 21), o, como afirma Litvak: pensamos que «hay una serie de
puntos de contacto entre la arqueologia nueva y la tradicional» (Lit-
vak, 1974: 459), aunque es evidente que la tendencia debe ser a un
progresivo cambio de objetivos y métodos en el conjunto de la cien-
cia arqueológica, en la dirección que apuntan los que hoy llamamos
«nuevos» arqueólogos. Hacer una división tajante y dramática pue-
de ser en algún momento y lugar «operativa», pero hablando en tér-
minos generales no la creemos ni realista, ni positiva en cuanto a re-
sultados.
El libro, al que estas páginas sirven de introducción, pretende
mostrar al lector de habla espafiola cómo se ha llegado a esto que
estamos llamando «nueva Arqueologia», y cuál es el papel que la An-
tropologia ha desempefiado para que esta evolución de nuestra cien-
cia se produjese así.
En nuestra opinión, lo que hace diferente a la Arqueologia de
que vamos a tratar en este libro de «otras» arqueologias es su ads-
cripción como un método más dentro del campo general de la An-
tropologia, razón por la cual hemos querido calificar a esta Arqueo-
logia, con el adjetivo de «antropológica», para diferenciarla expre-
samente de la «Arqueologia clásica», de la «Arqueologia prehistóri-
ca» o de la «Arqueologia» simplemente.
Los ensayos que constituyen este libro no son, por otra parte,
una novedad en Espafia, ya que, recientemente se han publicado va-
rios libros y artículos que venían a «levantar la liebre» de esta nueva
Arqueologia en nuestro pais: la aparición de los libros de Watson,
LeBlanc y Redman (1974) y Chang (1975), junto con varios artícu-
los mios (Alcina, 1973 y 1975) y la edición de numerosos otros ar-
tículos de autores diversos en una serie de la Universidad Complu-
tense de Madrid, apuntan directamente a los objetivos principales
de este libro.
Hablar de «Arqueologia antropológica» en Espafia hoy, puede
parecer todavia «revolucionario» o, si se quiere, «escandaloso». Es
algo así como empezar a echar piedras en un estanque tranquilo.
7
Pero en realidad, como espero demostrar a través de las páginas de
este libro, ello no es más que el reflejo, evidentemente tardio, de la
tempestad que viene agitando las aguas de otros estanques arqueo-
lógicos mãs allá de nuestras fronteras, desde hace bastantes afios.
La primera intención de estos ensayos puede ser, pues, la de in-
guietar a la Arqueologia nacional y no precisamente con cuestiones
más o menos banales o de «técnicas», sino con cuestiones que afec-
tan a los fundamentos de la propia ciencia. En otras palabras: re-
plantear cuestiones importantes como: ;quê es la Arqueologia”, ,quê
deben hacer los arqueólogos”, ;cuáles deben ser sus métodos?, jpara
qué sirve la Arqueologia?, etc. Estas son cuestiones importantes para
el profesional de este quehacer científico al que llamamos «Arqueo-
logía», pero son también importantes para quienes, desde fuera de
la profesión, pueden y deben juzgar de la utilidad y sustantividad de
este quehacer. Si resultase ser la Arqueologia un pasatiempo trivial,
mal podríamos justificar los arqueólogos los cuantiosos gastos que
se requieren para el desarrollo de esta actividad, pero si lo que in-
vestigamos resulta ser no sólo importante, sino quizás fundamental
para entender qué es el hombre y cômo se comporta en sociedad,
de dônde viene y hacia dônde se encamina, entonces, no sólo justi-
ficaremos nuestra actividad, sino que tomaremos pie en ello para re-
clamar una atención pública y privada que hasta ahora no se ha con-
cedido a la Arqueologia en nuestro país.
Una segunda intención de este libro debe ser la de que, de algu-
na manera, la Arqueologia espafiola se percate del desfase en que se
encuentra respecto del desarrollo actual de esta ciencia en otros pai-
ses. Ese desfase, como he dicho en otro lugar (Alcina, 1973) no es
algo que venga de hace poco, sino que se remonta ya a un pasado
relativamente antiguo y no es un hecho casual, sino que tiene unas
causas concretas que se pueden definir y denunciar y, por consiguien-
te, corregir en la medida en que los errores humanos son corregi-
bles. El carácter anacrónico de nuestra Arqueologia, por otra parte,
no debe entenderse como un mal «hispânico», lo que si por una par-
te nos puede reconfortar maliciosamente, nos debe aguijonear asi-
mismo para ser de los primeros en percatarnos de cuál es nuestra po-
sición «cronológica» real y cuál es el camino que debemos recorrer
y ensefiar a recorrer, para encontrar el tiempo perdido.
La tercera intención de estos ensayos va dirigida, en particular,
a todos cuantos se acercan, quizás por primera vez, a la Antropolo-
gia y ven en ella una ciencia del hombre y de la sociedad con una
perspectiva exclusivamente sincrônica, S1 la teoria evolucionista, tan-
to en Biologia como en Antropologia, es una teoria importante y fe-
cunda, lo es porque plantea un análisis diacrónico de la realidad. La
aportación de Carlos Darwin fue sustantiva, entre otras cosas por-
que introdujo la medida histórica en la Ciencia Natural (Carr, 1972:
76). De igual manera, el evolucionismo cultural se asienta en una
perspectiva diacrónica que le proporciona principalmente la Arqueo-
logia.
8
Ello es importante que sea entendido así en un momento en el
que la Antropología parece introducirse con pie firme en la Univer-
sidad espafiola y en la conciencia del país, ya que un desenfoque en
este sentido, podria hacer peligrar el futuro inmediato de este cam-
po científico entre nosotros.
Lo que no pretende este libro es ser un manual ni del trabajo de
campo ni de la labor analítica o técnica de laboratorio. Aunque no
hay muchos libros en castellano sobre esta materia, los que existen
cubren suficientemente esos intereses (Véase: Almagro, 1960; Bernal,
1952 y Wheeler, 1961); por el contrario hay pocos, o ninguno que
traten de los aspectos teóricos y de la metodologia, dentro de una
linea antropológica, cual es la de estas páginas.
No dudamos un momento en la dificultad de enfrentar una pro-
blemática como la apuntada en los párrafos anteriores, en el mo-
mento presente en que la Arqueologia se halla en plena crisis de cre-
cimiento y de reflexión.
Los problemas de la supuesta o real teoria arqueológica, han sido
abordados en nuestra exposición de una manera histórica (Capitu-
los 1 a VII). Nada más efectivo, en este punto, a nuestro entender,
que exponer las grandes líneas del pensamiento arqueológico desde
sus origenes hasta nuestros días, para comprender cuáles han sido
los aportes del pasado que se han incorporado para siempre al cuer-
po doctrinal de la Arqueologia, y para deslindar nuestro específico
campo del de otras arqueologias, cuya historia no interesa aqui. A
través de esa exposición, podrá comprenderse mejor quizás, cuál es
la situación en que se encuentra actualmente la ciencia arqueológica
y qué podemos esperar del futuro. Los siguientes capítulos tratan de
sintetizar lo que podemos considerar estado actual de la cuestión en
los aspectos fundamentales de: tipologia, perspectiva histórico-cul-
tural, ambientalismo, patrones de asentamiento, analogia etnográfi-
ca, ecologia cultural, etcétera.
Debemos advertir finalmente que estos ensayos son el resultado
de varios cursos desarrollados en la Universidad Complutense de
Madrid, en los que he tratado de sintetizar para mis alumnos la in-
gente masa de bibliografia y la discusión más viva sobre esta temá-
tica. No cabe duda de que esta tarea es impracticable aún, dado que
nos hallamos en la mitad de un proceso de cambio, al cual tratamos
de analizar y comprender. Este libro es, por consiguiente, un esbozo
provisional que deberá completarse con múltiples lecturas y que me-
recerá, sin duda, muy pronto, una profunda revisión. Si, entre tan-
to, sirve, en alguna medida, a los intereses antes mencionados, cl au-
tor quedará cumplido.
Yo diria que la evidente divergencia entre Arqueologia clásica y
Arqueologia antropológica o Arqueologia científica, en nuestros
dias, se retrotrae hasta sus mismos orígenes, cuando observamos cuá-
les pueden ser los principios de la Arqueologia americana en el siglo
xv1. (Alcina, 1988: 71-91).
Cuando analizamos los textos de Fray Bernardino de Sahagún,
Fray Diego Durán, Fray Diego de Landa o Cieza de León, no sa-
bemos hasta qué punto nos hallamos ante obras de carácter etno-
gráfico o de carácter arqueológico; ante estudios históricos o de tipo
sociológico. La circunstancia americana hace que el pasado se en-
cuentre en marcha en el presente vivido por los primeros conquista-
dores y por los primeros intelectuales que analizan aquella realidad
desde muy diversos puntos de vista. Los templos de Tenochtitlán
aún estaban poblados de los sacerdotes del culto a Huitzilopochtli
y los códices antiguos eran utilizados en Yucatán para ordenar el ri-
tual; mientras la fortaleza de Sacsahuaman era utilizada como tal
por los últimos Incas. En mi opinión, la diferencia que existe entre
una Arqueologia clásica, en la que se busca el pasado a través de
los restos matériales de ese pasado, y la Arqueologia americana, en
la que el pasado se pone en contacto con el presente —con la civi-
lización occidental que es el presente —, es lo que va a marcar, desde
ese momento, las esenciales diferencias entre una Arqueologia este-
ticista y formalista y una Arqueologia antropológica. La Arqueolo-
gia del Nuevo Mundo será desde entonces una Arqueologia viva, ya
que vivos estaban los creadores de monumentos, escultura, cerâmi-
ca, etc., a la hora en que fueron descubiertos por el mundo intelec-
tual europeo de la época.
No obstante, de ese nuevo género de Arqueologia, que nace con
el descubrimiento americano, surgen también las primeras coleccio-
nes de antigiiedades del Nuevo Mundo en Europa. A través de la di-
nastia austríaca en Espafia, estas «antigiiedades» se difundirán por
toda Europa: códices, obras de plumeria, piedras preciosas, obras
de orfebreria, de madera o de otros extrafios materiales que figuran
hoy en muchos museos del Viejo Mundo, como consecuencia de ese
flujo de obsequios y regalos entre los miembros de las cortes euro-
peas de los siglos xvI y xviI. Hay que advertir, sin embargo, que ta-
les «antigiúedades» vienen a responder al gusto por lo exótico más
que por lo «bello».
De ambos géneros de Arqueologia se desprende un hecho co-
mún: la idea del coleccionismo, el culto al objeto y el deseo de po-
sesión del objeto, ya sea por su belleza o por su exotismo. Este co-
leccionismo, ya como una verdadera obsesión, ya como un medio
de inversión no sólo alcanzará a nuestros días, sino que en nuestra
época constituirá, verdaderamente, una plaga o un câncer de la Ar-
queologia propiamente dicha. Este vicio que padece toda la Huma-
nidad de manera general, es particularmente grave en algunas regio-
nes, como Hispanoamérica, donde la Auagueria llega a constituir
una extensa y profunda red, en la que intervienen desde los excava-
12
dores clandestinos, buscadores de tesoros, o «huaqueros», hasta los
grandes comerciantes y aun personalidades del gebierno de los res-
pectivos países, los que dilapidan consciente o inconscientemente, de
manera descarada y desaprensiva, los bienes culturales del pasado
de la comunidad nacional (Adams, 1971).
A lo largo de los siglos XVI y XVII, pero culminando de manera
general en el XVIII, nace y se desarrolla lo que se llama de modo es-
pecífico el anticuarismo (Daniel, 1974: 34-57). La primera sociedad
de anticuarios de Inglaterra data de 1572, pero vuelve a fundarse
con el nombre de Sociedad de Anticuarios de Londres en 1717, mien-
tras la Sociedad de Diletanti funciona a partir de 1734. Este anti-
cuarismo britânico puede considerarse como un modelo que se re-
pite en muchas otras naciones de Occidente: Holanda, Francia, etc.
Ese anticuarismo, generalizado a la mayor parte de los paises del
Occidente europeo, responde, en mi opinión, al crecimiento del con-
cepto de nacionalidad, como una necesidad de hallar las raiçes de
la nacionalidad, más allá del más o menos generalizado clasicismo
romano. El descubrimiento, primero, y el más profundo conocimien-
to, después, de lo celta, lo bretón, lo galo, etc., permitirá elaborar
ese concepto de nacionalidad, con independencia del relativo común
denominador proporcionado por la colonización romana. De ahi el
desarrollo de estudios de Arqueologia que se acercan más y más al
terreno propiamente prehistórico, para el que las fuentes históricas
clásicas nada o muy poco tienen que decir.
Esta Arqueologia que me atreveria a llamar nacionalista no es,
por otra parte, ni exclusiva de Europa ni corresponde sólo a este mo-
mento. Hispanoamérica es un ejemplo, retrasado, de ese mismo fe-
nómeno. La búsqueda de la identidad cultural, más allá de lo his-
pano, o incluso más allá de lo inçcaico o de lo azteca, hará profun-
dizar hacia el pasado, mediante una Arqueologia que será en reali-
dad un instrumento de identificación nacional, de la misma manera
que el Indigenismo tenderá a cumplir un papel semejante en la bús-
queda de una identificación cultural en el presente.
Para la segunda mitad del siglo XVIII, el panorama de la Arqueo-
logia del Viejo Mundo tiene un carácter sumamente diverso y hete-
rogéneo. Por una parte, la tendencia esteticista de la Arqueologia clá-
siça, con figuras tan representativas como Caylus y Winckelman, se-
rán una prolongación de la actitud del humanismo renacentista. El
todavia creciente nacionalismo, desarrollará su actividad a través de
una Arqueologia celta, gálica o bretona que se acerca muy pronto,
metodológicamente, a la Arqueologia prehistórica del siglo XIX. Fi-
nalmente, los primeros brotes del romanticismo abrirán un nuevo ca-
mino —no clásico— con la Arqueologia medieval y la valoración es-
tética del mundo gótico.
Sin embargo, aun la Arqueologia clásica adquiere en este siglo
una visión mucho más auténtica de la realidad sofiada que es la An-
tigúedad greco-romana, para los hombres de Occidente, en un mo-
mento estético neo-clásico como el que viven. En efecto, las excava-
13
= a pltemetis
sto Paludo py Mio,
EE Pp as =
Ea
Plano y cortes del Palacio de Palenque (México) según Bernasconi en su «Informe
sobre las ruinas de Palenque» (1785). Biblioteca de la Real Academia de la Historia
(Madrid),
Corte transversal de «El Palacio» de Palengue, según Luciano Castafieda (|8US). Du-
paix, 1969. Lám., 94.
14
estos hombres frente a una interpretación bíblica del origen del hom-
bre puede quedar representada por la vida ejemplar de Boucher de
Perthes. En efecto, este pionero de la Prehistoria, cuyos primeros ha-
llazgos de sílex trabajados datan de 1826, ha realizado su primera
excavación estratigráfica del yacimiento de Abbeville, en 1837, pero
no será hasta 1860 cuando sea reconocido el valor de las pruebas
aportadas acerca de la existencia del hombre antediluviano. No hay
que olvidar que en esa primera mitad del siglo xIX todavia resulta
dominante en los mediós científicos de Europa la teoria cataclismá-
tica de Cuvier o de d'Orbigny, frente a la desprestigiada teoria evo-
lucionista lamarckiana y que, solamente en la segunda mitad del si-
glo, el evolucionismo darwiniano creará el ambiente necesario para
que las ideas de Boucher de Perthes y otros puedan triunfar (Már-
quez Miranda, 1959: 31-199).
Las excavaciones de Boucher de Perthes de 1837 a 1846 dan como
resultado un volumen —el primero de su obra — titulado: «Antiqui-
tés celtiques et antediluviennes», 1847, en el que trata de la industria
primitiva descubierta por él. El mismo título de la obra corrobora
la idea que hemos enunciado páginas atrás en el sentido de conside-
rar a los estudios prehistóricos como una consecuencia de la bús-
queda de la identidad nacional, más allá del homogéneo sustrato ro-
mano de los paises de Occidente. Del estudio de las antigiedades cel-
tas se pasa al de las industrias líticas antediluvianas, es decir, al cam-
po estricto de la Prehistoria europea. En América, aunque con un
mayor retraso respecto a Europa, se apreciará un fenómeno similar:
del estudio de las altas civilizaciones azteca e inca, se pasará al des-
cubrimiento de otras culturas del pasado precolombino que, expli-
cando a aquélias, llevarán al conocimiento de lo prehispánico hasta
sus verdaderos origenes prehistóricos.
El descubrimiento de la Prehistoria y su fundación como campo
científico del conocimiento es el resultado de la interacción de los
progresos que, a lo largo del siglo XIX, experimentan campos tales
como la Geologia, la Biologia y la propia Arqueologia. En efecto,
si el método estratigráfico en Arqueologia es una traducción a me-
nor escala del método estratigráfico en Geologia, el valor de los fó-
siles (animales o plantas), para el paleontólogo se traslada a los ins-
trumentos y aun a los restos óseos humanos. El concepto de «fósil
cultural», explicitado o no, constituye en mi opinión el resultado
más evidente de la influencia ejercida por las Ciencias Naturales en
estas nuevas Humanidades que empiezan a ser los estudios de Pre-
historia. Como dato ejemplar concreto, puede mencionarse el hecho
de que, en la segunda edición de la obra de Lyell «La antigiedad
del hombre probada por la Geologia» (1859), el geólogo britânico in-
cluye los datos aportados por Boucher de Perthes. Todo ello está,
naturalmente, en relación con los progresos verificados por la teoria
evolucionista, en todos los frentes, pero de un modo especial en el
de la Biologia; a ello nos referiremos en el siguiente capítulo.
A mi juicio, el concepto de «fósil cultural» en el método estrati-
17
gráfico y el hecho de alcanzarse niveles de «antigiiedad» para el hom-
bre que permiten contemplar la posibilidad de formas humanas no
actuales, es lo que hace que la Prehistoria presente, desde sus orige-
nes, un matiz fundamentalmente científico, que le aleja más y más
de la Arqueologia clásica, o de otras formas de Arqueologia, ancla-
das en el Humanismo.
De esa, cada vez más marcada, diferenciación entre Arqueologia
clásica y Prehistoria, nacerán confusiones terminológicas y de con-
tenido que se perpetuarán hasta nuestros dias. La Prehistoria, por
razones del campo de su interés, utilizará un método estrictamente
arqueológico, mientras la llamada Arqueologia combinará este mé-
todo y el uso de datos estrictamente arqueológicos, con el de otros
de carácter histórico. Es así como pueden explicarse aparentes in-
congruencias como la de utilizar como términos diferentes que se
yuxtaponen los de Prehistoria y Arqueologia, cuando, en realidad,
ambas parcelas —si lo son— utilizan un mismo método, que es el
arqueológico y no tienen un valor significativo desde el punto de vis-
ta de la periodización histórica.
De esa originaria dicotomia nacen también las específicas carac-
terísticas: humanística para la Arqueologia y científica para la Pre-
historia. No es extrafio, pues, que la actual Arqueologia científica
tenga, en gran parte, su origen en los estudios de Prehistoria, sobre
todo en el Viejo Mundo, mientras la Arqueologia, en gran medida,
es una rama de los estudios de Historia o de Historia del Arte.
[8
CAPÍTULO II
EVOLUCIONISMO E HISTORICISMO
Todo el siglo XIX, pero especialmente su segunda mitad, se ha
dicho que está bafiado por el signo del Evolucionismo: Hegel, Marx,
Darwin, Morgan, Freud, son las figuras representativas de este evo-
lucionismo en los campos de la Filosofia, la Historia, la Biologia, la
Antropologia y la Psicologia (Palerm, 1967: 104). Ello es la conse-
cuencia del positivismo comptiano y de la idea de «progreso» como
núcleo de un optimismo generalizado y de una fe sin límites en la
ciencia. No es extrafio que a ese optimismo y euforia desmedidos
siga, quizás como consecuencia de fracasos políticos evidentes, un pe-
riodo recesivo y pesimista que, para lo que nos interesa aquí, está
representado por el triunfo del Historicismo y difusionismo en la in-
terpretación antropológica de los hechos. En este capítulo vamos a
abordar esos dos enfoques teóricos, considerândolos como una opo-
sición, nunca superada, o como dos polos de atracción hacia los que
la teoria arqueológica se inclina alternativamente.
Mucho antes de que el evolucionismo cultural triunfe en Antro-
pologia, con Morgan y Taylor, al tiempo que se dan los primeros
pasos hacia la constitución de la Prehistoria como ciencia, varios au-
tores alemanes y daneses vienen a coincidir, por los mismos aÃos,
en una organización de los datos arqueológicos, sobre una base tec-
nológica, que implica una idea evolucionista en su misma estructura
fundamental. En Alemania serán: Lisch (1832) y Daneil (1825-1838)
y en Dinamarca: Thomsen (1835) y más tarde Worsae, quienes pre-
sentarán un esquema organizativo sobre la base del material de los
instrumentos, en Piedra, Bronce y Hierro (Bosch, 1969: 39).
Ese sistema tripartito se convertirá, en manos de los grandes pre-
historiadores franceses y britânicos de la segunda mitad del siglo XIX
en un sistema cuatripartito que perdura, con ligeras modificaciones,
hasta el presente. Para Gabriel de Mortillet (1867 y 1883) serán las
edades de la piedra tallada, de la piedra pulimentada, del bronce y
del hierro. Para Sir John Lubbock (1865), Paleolítico, Neolítico,
Bronce y Hierro.
19
No es extrafio, pues, que sea a partir de los estudios de Prehis-
toria en el Viejo Mundo, como se desarrolle una línea investigadora
en la que Ciencias Naturales y Arqueologia prehistórica establecen
nexos de cooperación y relación que resultarán ampliados al consi-
derar a la Prehistoria no como un período de la Historia tradicio-
nal, sino como una manera de enfrentarse con el estudio de las cul-
turas humanas de! pasado, totalmente desligado del análisis históri-
co de textos. La existencia de cátedras de Arqueologia ambiental,
como la sustentada en la Universidad de Londres, por Zeuner, es la
consecuencia de un marcado interés por este tipo de estudios en al-
gunos sectores de la Prehistoria occidental, especialmente de la bri-
tânica (Zeuner, 1956 y Cornwall, 1964).
Hay otra característica de la Arqueologia prehistórica de finales
del siglo XIX que presenta, igualmente, un carácter eminentemente
evolucionista y que, al igual que las anteriores, perdura hasta la ac-
tualidad. Me refiero ai uso de datos etnográficos con fines compa-
rativos y analógicos. Si a los pueblos primitivos actuales los consi=
deramos como grupos humanos culturalmente retrasados, o que han
quedado sin evolucionar, pueden ser considerados en términos muy
amplios— como una ilustración viva de los constructores de indus-
trias prehistóricas. En virtud de ese razonamiento, la Arqueologia
prehistórica requiere de un complemento etnográfico, que vaya ilus-
trando etapa por etapa los hallazgos de carácter tecnológico ofreci-
dos por el análisis arqueológico. Es así como John Lubbock incluye
en su obra un estudio de los primitivos actuales o salvajes modernos
que completa su exposición de lo que se sabia en su época, de los
albores de la Humanidad (Lubbock, 1897, vol. Il). N. Joly utiliza,
igualmente, ese procedimiento, dando ejemplos de culturas etnográ-
ficas, para ilustrar evidencias arqueológicas (Joly, 1879: 172-328).
Esa relación, que se hace tradicional, entre Prehistoria y Etno-
grafia, es lo que explica que todavia en 1921 Jaime de Morgan pue-
da decir que «la arqueologia prehistórica ha quedado encerrada den-
tro de la etnografia (...). De este modo el uso ha consagrado los tér-
minos de prehistoria, protohistoria y etnografia, para indicar los di-
versos capítulos de un conjunto de estudios que ha quedado sin nom-
bre...» (Morgan, 1925: 21).
Los mismos términos de primitivos actuales o de salvajes moder-
nos, están ligados a ese momento marcadamente evolucionista por
el que pasan ciencias del hombre tales como la Antropologia misma
y la Prehistoria. Las tres etapas clásicas en el esquema de Morgan,
salvajismo, barbarie y civilización, impregnarân asi, de manera casi
inconsciente, todos los avances que se producen en la época, dentro
del campo de la Etnologia y de la Prehistoria (Morgan, 1946).
Con todas las salvedades, podria presentarse la siguiente homo-
logación como válida para ese momento histórico (Cuadro 1).
El evolucionismo cultural, tal como estaba planteado por los au-
tores mencionados —Morgan, Taylor, Marx, Engels, etc. — era una
concepción excesivamente simplista de la realidad; era más una hi-
22
CUADRO 1.
Thomsen/ ; Prehistoriadores
Worsae” Mortilet | Eubbock Morgan Childe Soviéticos
Edad de :
Feira Paleolítico | Salvajismo | Salvajismo ee
: Revolución
Eipdra Neolitica
Edad de . Sociedades
la Piedra Neolítico Barbarie Rn clânicas o
pulimentada ' gentilicias
Edad del Edad del Revolución
Bronce Bronce Bronce Urbana
Civilización] Civilizaciôn | Sociedades
clasistas
Hierro | Edad del | Edad del
Hierro Hicrro
pótesis, con posibilidades fecundas, que una realidad bien probada,
sobre todo dentro de un contexto histórico y arqueológico. Es por
ello, quizás, por lo que a un momento de gran euforia sucede otro
de pesimismo exagerado, sobre todo en los mencionados campos y,
por extensión, en el de la Etnologia. El positivismo, la idea de pro-
greso, la fe ilimitada en la ciencia dejan paso a un creciente espiri-
tualismo, particularismo e historicismo. El hombre, entonces, no pa-
rece posible sujetarlo a leyes o reglas que lo expliquen y el desarro-
llo de la Humanidad es el resultado de un constante tejer y destejer,
de avances y retrocesos que sólo pueden explicarse por una volun-
tad individual y circunstancias siempre particulares, que nunca se re-
piten de manera idéntica y que, por consiguiente, habrá que estudiar
con minuciosidad de manera aislada y particular en cada caso. La
posibilidad de establecer ciclos o de considerar las relaciones de in-
terdependencia entre cultura y ambiente natural no se descartan e in-
cluso constituyen el eje de determinados planteamientos teóricos,
pero como regla general se considerará al hombre con una marcada
tendencia a la imitación y muy escasamente como creador indepen-
diente de formas que puedan parecerse a otras en la distancia y en
el tiempo. De ahi que la explicación difusionista constituya o sea
una de las más generalizadas, llegândose a extremos absolutamente
exagerados.
En esta línea de pensamiento, las figuras de Ratzel, Graebner,
Schmidt, Boas, Elliot Smith, etc. son quizás las más representativas,
aunque muchas otras contribuyan de manera decisiva al afianza-
miento de sus tesis, desde finales del siglo XIX hasta los aíios 30 del
presente. Pero, del mismo modo a como veremos después, la orien-
tación evolucionista no muere con el final del siglo, sino que perdu-
23
ra y se renueva en la segunda mitad del siglo XX, tampoco la orien-
tación histórico-cultural se acabará con los autores citados, sino que
perdurará hasta nuestros dias en una u otra forma.
En el campo concreto de la Arqueologia, podríiamos decir que el
evolucionismo fue criticado a partir de la existencia de muchos ca-
sos concretos en los que la idea de progreso —en este caso funda-
mentalmente tecnológico— fracasaba por falta de evidencias, o por
el hecho de que las evidencias más bien contribuíian a probar todo
lo contrario.
No puede decirse que la teoria nuclear de los círculos culturales
(Kulturkreise), de la escuela histórico-cultural de Viena esté en ab-
soluta contradicción con el evolucionismo clásico (Palerm, 1967:
Oswaldo F. A. Menghin en Sevilla, 1966. (Foto del autor).
24
En este esquema, las diferentes orientaciones culturales o ramas
se han visto dentro de un contexto arqueológico, pero las culturas
propiamente dichas exceden de este nivel para, estableciendo analo-
gias de carácter etnográfico, equipararse a los grandes circulos cul-
turales de valor etnológico, enmarcândolo todo ello en un esquema
de horizontes culturales, en el que cada nivel tiene el carácter de una
etapa evolutiva, pero no el de un período cronológico.
En términos generales, y pese a su carácter historicista, la Escue-
la de Viena no puede decirse que sea en absoluto anti-evolucionista;
los ejemplos citados lo prueban así e igualmente queda bien demos-
trado por la pervivencia del concepto de estados conservativos, al
que nos hemos referido antes. Esta idea queda reflejada con clari-
dad, precisamente dentro de la escuela de José Imbelloni, en la Ar-
gentina. Este autor que, por diversas razones, pertenece y se identi-
fica con la rama historicista de la escuela vienesa en Italia, con au-
tores de tanto prestigio como Trombetti y Biasutti, ejerce una pro-
funda influencia en la Argentina, donde muchos etnólogos y arqueó-
logos de los afios 40 siguen, de manera tardia, esa escuela, como con-
secuencia del magisterio ejercido por Imbelloni en esa época en aquel
pais. Dos de estos epigonos de la escuela histórico-cultural en la Ar-
gentina, Carlos Vega y Enrique Palavecino, son los autores del cua-
dro que reproducimos a continuación, en el que se pone de mani-
fiesto, claramente, el concepto mencionado de los «estados conser-
vativos», al que identificamos como de signo claramente «evolucio-
nista» (Imbelloni, 1953: 161).
CAMPO ACTUAL DE OBSERVACIÓN
la Ib IV V Culturas históricas vi] VI [io] Hla |U lI
Zé I
VII. Ciclo de los grandes Estados
/ N |
VI. €. Sefiorial
V, Ciclo del Arco
N Hb. C. de los Pastores
IV. €, de la Azada “ |
| Hla. Cazador Super.
Ib. C. Tasmanoide IH. C. del Boomerang
la. Ciclo Pigmoide
27
JOSE ALCINA FRANCH
Arqueologia
o antropológica
Diseno interior y cubierta: RAG
Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en
el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas
de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva
autorización o plagien, en todo o en parie, una obra literaria,
artística q científica fijada en cualquier tipo de soporte.
O José Alcina Franch, 1989
€ Ediciones Akal, S. A., 1989, 2008
Sector Foresta, |
28760 Tres Cantos
Madrid - Esparia
Tel.: 918 061 996
Fax; 918 044 028
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ISBN: 978-84-7600-480-7
Depósito legal: M-30,364-2008
Impreso en Fer Fotocomposición
(Madrid)
ford, 1968) y el libro de David L. Clarke (1968), y en 1971 los libros
de Dunnell y Patty Jo Watson, Steven A. LeBlanc y Charles Red-
man (Dunnell, 1971] y Watson-LeBlanc-Redman, 1971 y 1974). Que
el fenómeno es general, como dice Litvak, lo prueba el reconoci-
miento en libros de carácter manual como la ya clásica «Introduc-
ción a la arqueologia prehistórica» de Hole y Heizer (3.º edición:
1973), o en la «Historia de la arqueologia americana» de Willey y
Sabloff (1974). Para estos autores, el movimiento generalizado al
que estamos llamando provisionalmente «nueva Arqueologia» inicia
un nuevo período o etapa en la historia de esta ciencia: el período
explicativo.
iQuiere decirse, por consiguiente, que la Arqueologia «tradicio-
nalista» o las demás Arqueologias sobran? Como dicen Watson, Le-
Blanc y Redman: «no creemos que exista un abismo infranqueable
entre la vieja arqueologia y la nueva» (Watson-LeBlanc-Redman,
1974: 21), o, como afirma Litvak: pensamos que «hay una serie de
puntos de contacto entre la arqueologia nueva y la tradicional» (Lit-
vak, 1974: 459), aunque es evidente que la tendencia debe ser a un
progresivo cambio de objetivos y métodos en el conjunto de la cien-
cia arqueológica, en la dirección que apuntan los que hoy llamamos
«nuevos» arqueólogos. Hacer una división tajante y dramática pue-
de ser en algún momento y lugar «operativa», pero hablando en tér-
minos generales no la creemos ni realista, ni positiva en cuanto a re-
sultados.
El libro, al que estas páginas sirven de introducción, pretende
mostrar al lector de habla espafiola cómo se ha llegado a esto que
estamos llamando «nueva Arqueologia», y cuál es el papel que la An-
tropologia ha desempefiado para que esta evolución de nuestra cien-
cia se produjese así.
En nuestra opinión, lo que hace diferente a la Arqueologia de
que vamos a tratar en este libro de «otras» arqueologias es su ads-
cripción como un método más dentro del campo general de la An-
tropologia, razón por la cual hemos querido calificar a esta Arqueo-
logia, con el adjetivo de «antropológica», para diferenciarla expre-
samente de la «Arqueologia clásica», de la «Arqueologia prehistóri-
ca» o de la «Arqueologia» simplemente.
Los ensayos que constituyen este libro no son, por otra parte,
una novedad en Espafia, ya que, recientemente se han publicado va-
rios libros y artículos que venían a «levantar la liebre» de esta nueva
Arqueologia en nuestro pais: la aparición de los libros de Watson,
LeBlanc y Redman (1974) y Chang (1975), junto con varios artícu-
los mios (Alcina, 1973 y 1975) y la edición de numerosos otros ar-
tículos de autores diversos en una serie de la Universidad Complu-
tense de Madrid, apuntan directamente a los objetivos principales
de este libro.
Hablar de «Arqueologia antropológica» en Espafia hoy, puede
parecer todavia «revolucionario» o, si se quiere, «escandaloso». Es
algo así como empezar a echar piedras en un estanque tranquilo.
7
Pero en realidad, como espero demostrar a través de las páginas de
este libro, ello no es más que el reflejo, evidentemente tardio, de la
tempestad que viene agitando las aguas de otros estanques arqueo-
lógicos mãs allá de nuestras fronteras, desde hace bastantes afios.
La primera intención de estos ensayos puede ser, pues, la de in-
guietar a la Arqueologia nacional y no precisamente con cuestiones
más o menos banales o de «técnicas», sino con cuestiones que afec-
tan a los fundamentos de la propia ciencia. En otras palabras: re-
plantear cuestiones importantes como: ;quê es la Arqueologia”, ,quê
deben hacer los arqueólogos”, ;cuáles deben ser sus métodos?, jpara
qué sirve la Arqueologia?, etc. Estas son cuestiones importantes para
el profesional de este quehacer científico al que llamamos «Arqueo-
logía», pero son también importantes para quienes, desde fuera de
la profesión, pueden y deben juzgar de la utilidad y sustantividad de
este quehacer. Si resultase ser la Arqueologia un pasatiempo trivial,
mal podríamos justificar los arqueólogos los cuantiosos gastos que
se requieren para el desarrollo de esta actividad, pero si lo que in-
vestigamos resulta ser no sólo importante, sino quizás fundamental
para entender qué es el hombre y cômo se comporta en sociedad,
de dônde viene y hacia dônde se encamina, entonces, no sólo justi-
ficaremos nuestra actividad, sino que tomaremos pie en ello para re-
clamar una atención pública y privada que hasta ahora no se ha con-
cedido a la Arqueologia en nuestro país.
Una segunda intención de este libro debe ser la de que, de algu-
na manera, la Arqueologia espafiola se percate del desfase en que se
encuentra respecto del desarrollo actual de esta ciencia en otros pai-
ses. Ese desfase, como he dicho en otro lugar (Alcina, 1973) no es
algo que venga de hace poco, sino que se remonta ya a un pasado
relativamente antiguo y no es un hecho casual, sino que tiene unas
causas concretas que se pueden definir y denunciar y, por consiguien-
te, corregir en la medida en que los errores humanos son corregi-
bles. El carácter anacrónico de nuestra Arqueologia, por otra parte,
no debe entenderse como un mal «hispânico», lo que si por una par-
te nos puede reconfortar maliciosamente, nos debe aguijonear asi-
mismo para ser de los primeros en percatarnos de cuál es nuestra po-
sición «cronológica» real y cuál es el camino que debemos recorrer
y ensefiar a recorrer, para encontrar el tiempo perdido.
La tercera intención de estos ensayos va dirigida, en particular,
a todos cuantos se acercan, quizás por primera vez, a la Antropolo-
gia y ven en ella una ciencia del hombre y de la sociedad con una
perspectiva exclusivamente sincrônica, S1 la teoria evolucionista, tan-
to en Biologia como en Antropologia, es una teoria importante y fe-
cunda, lo es porque plantea un análisis diacrónico de la realidad. La
aportación de Carlos Darwin fue sustantiva, entre otras cosas por-
que introdujo la medida histórica en la Ciencia Natural (Carr, 1972:
76). De igual manera, el evolucionismo cultural se asienta en una
perspectiva diacrónica que le proporciona principalmente la Arqueo-
logia.
8
Ello es importante que sea entendido así en un momento en el
que la Antropología parece introducirse con pie firme en la Univer-
sidad espafiola y en la conciencia del país, ya que un desenfoque en
este sentido, podria hacer peligrar el futuro inmediato de este cam-
po científico entre nosotros.
Lo que no pretende este libro es ser un manual ni del trabajo de
campo ni de la labor analítica o técnica de laboratorio. Aunque no
hay muchos libros en castellano sobre esta materia, los que existen
cubren suficientemente esos intereses (Véase: Almagro, 1960; Bernal,
1952 y Wheeler, 1961); por el contrario hay pocos, o ninguno que
traten de los aspectos teóricos y de la metodologia, dentro de una
linea antropológica, cual es la de estas páginas.
No dudamos un momento en la dificultad de enfrentar una pro-
blemática como la apuntada en los párrafos anteriores, en el mo-
mento presente en que la Arqueologia se halla en plena crisis de cre-
cimiento y de reflexión.
Los problemas de la supuesta o real teoria arqueológica, han sido
abordados en nuestra exposición de una manera histórica (Capitu-
los 1 a VII). Nada más efectivo, en este punto, a nuestro entender,
que exponer las grandes líneas del pensamiento arqueológico desde
sus origenes hasta nuestros días, para comprender cuáles han sido
los aportes del pasado que se han incorporado para siempre al cuer-
po doctrinal de la Arqueologia, y para deslindar nuestro específico
campo del de otras arqueologias, cuya historia no interesa aqui. A
través de esa exposición, podrá comprenderse mejor quizás, cuál es
la situación en que se encuentra actualmente la ciencia arqueológica
y qué podemos esperar del futuro. Los siguientes capítulos tratan de
sintetizar lo que podemos considerar estado actual de la cuestión en
los aspectos fundamentales de: tipologia, perspectiva histórico-cul-
tural, ambientalismo, patrones de asentamiento, analogia etnográfi-
ca, ecologia cultural, etcétera.
Debemos advertir finalmente que estos ensayos son el resultado
de varios cursos desarrollados en la Universidad Complutense de
Madrid, en los que he tratado de sintetizar para mis alumnos la in-
gente masa de bibliografia y la discusión más viva sobre esta temá-
tica. No cabe duda de que esta tarea es impracticable aún, dado que
nos hallamos en la mitad de un proceso de cambio, al cual tratamos
de analizar y comprender. Este libro es, por consiguiente, un esbozo
provisional que deberá completarse con múltiples lecturas y que me-
recerá, sin duda, muy pronto, una profunda revisión. Si, entre tan-
to, sirve, en alguna medida, a los intereses antes mencionados, cl au-
tor quedará cumplido.
Yo diria que la evidente divergencia entre Arqueologia clásica y
Arqueologia antropológica o Arqueologia científica, en nuestros
dias, se retrotrae hasta sus mismos orígenes, cuando observamos cuá-
les pueden ser los principios de la Arqueologia americana en el siglo
xv1. (Alcina, 1988: 71-91).
Cuando analizamos los textos de Fray Bernardino de Sahagún,
Fray Diego Durán, Fray Diego de Landa o Cieza de León, no sa-
bemos hasta qué punto nos hallamos ante obras de carácter etno-
gráfico o de carácter arqueológico; ante estudios históricos o de tipo
sociológico. La circunstancia americana hace que el pasado se en-
cuentre en marcha en el presente vivido por los primeros conquista-
dores y por los primeros intelectuales que analizan aquella realidad
desde muy diversos puntos de vista. Los templos de Tenochtitlán
aún estaban poblados de los sacerdotes del culto a Huitzilopochtli
y los códices antiguos eran utilizados en Yucatán para ordenar el ri-
tual; mientras la fortaleza de Sacsahuaman era utilizada como tal
por los últimos Incas. En mi opinión, la diferencia que existe entre
una Arqueologia clásica, en la que se busca el pasado a través de
los restos matériales de ese pasado, y la Arqueologia americana, en
la que el pasado se pone en contacto con el presente —con la civi-
lización occidental que es el presente —, es lo que va a marcar, desde
ese momento, las esenciales diferencias entre una Arqueologia este-
ticista y formalista y una Arqueologia antropológica. La Arqueolo-
gia del Nuevo Mundo será desde entonces una Arqueologia viva, ya
que vivos estaban los creadores de monumentos, escultura, cerâmi-
ca, etc., a la hora en que fueron descubiertos por el mundo intelec-
tual europeo de la época.
No obstante, de ese nuevo género de Arqueologia, que nace con
el descubrimiento americano, surgen también las primeras coleccio-
nes de antigiiedades del Nuevo Mundo en Europa. A través de la di-
nastia austríaca en Espafia, estas «antigiiedades» se difundirán por
toda Europa: códices, obras de plumeria, piedras preciosas, obras
de orfebreria, de madera o de otros extrafios materiales que figuran
hoy en muchos museos del Viejo Mundo, como consecuencia de ese
flujo de obsequios y regalos entre los miembros de las cortes euro-
peas de los siglos xvI y xviI. Hay que advertir, sin embargo, que ta-
les «antigiúedades» vienen a responder al gusto por lo exótico más
que por lo «bello».
De ambos géneros de Arqueologia se desprende un hecho co-
mún: la idea del coleccionismo, el culto al objeto y el deseo de po-
sesión del objeto, ya sea por su belleza o por su exotismo. Este co-
leccionismo, ya como una verdadera obsesión, ya como un medio
de inversión no sólo alcanzará a nuestros días, sino que en nuestra
época constituirá, verdaderamente, una plaga o un câncer de la Ar-
queologia propiamente dicha. Este vicio que padece toda la Huma-
nidad de manera general, es particularmente grave en algunas regio-
nes, como Hispanoamérica, donde la Auagueria llega a constituir
una extensa y profunda red, en la que intervienen desde los excava-
12
dores clandestinos, buscadores de tesoros, o «huaqueros», hasta los
grandes comerciantes y aun personalidades del gebierno de los res-
pectivos países, los que dilapidan consciente o inconscientemente, de
manera descarada y desaprensiva, los bienes culturales del pasado
de la comunidad nacional (Adams, 1971).
A lo largo de los siglos XVI y XVII, pero culminando de manera
general en el XVIII, nace y se desarrolla lo que se llama de modo es-
pecífico el anticuarismo (Daniel, 1974: 34-57). La primera sociedad
de anticuarios de Inglaterra data de 1572, pero vuelve a fundarse
con el nombre de Sociedad de Anticuarios de Londres en 1717, mien-
tras la Sociedad de Diletanti funciona a partir de 1734. Este anti-
cuarismo britânico puede considerarse como un modelo que se re-
pite en muchas otras naciones de Occidente: Holanda, Francia, etc.
Ese anticuarismo, generalizado a la mayor parte de los paises del
Occidente europeo, responde, en mi opinión, al crecimiento del con-
cepto de nacionalidad, como una necesidad de hallar las raiçes de
la nacionalidad, más allá del más o menos generalizado clasicismo
romano. El descubrimiento, primero, y el más profundo conocimien-
to, después, de lo celta, lo bretón, lo galo, etc., permitirá elaborar
ese concepto de nacionalidad, con independencia del relativo común
denominador proporcionado por la colonización romana. De ahi el
desarrollo de estudios de Arqueologia que se acercan más y más al
terreno propiamente prehistórico, para el que las fuentes históricas
clásicas nada o muy poco tienen que decir.
Esta Arqueologia que me atreveria a llamar nacionalista no es,
por otra parte, ni exclusiva de Europa ni corresponde sólo a este mo-
mento. Hispanoamérica es un ejemplo, retrasado, de ese mismo fe-
nómeno. La búsqueda de la identidad cultural, más allá de lo his-
pano, o incluso más allá de lo inçcaico o de lo azteca, hará profun-
dizar hacia el pasado, mediante una Arqueologia que será en reali-
dad un instrumento de identificación nacional, de la misma manera
que el Indigenismo tenderá a cumplir un papel semejante en la bús-
queda de una identificación cultural en el presente.
Para la segunda mitad del siglo XVIII, el panorama de la Arqueo-
logia del Viejo Mundo tiene un carácter sumamente diverso y hete-
rogéneo. Por una parte, la tendencia esteticista de la Arqueologia clá-
siça, con figuras tan representativas como Caylus y Winckelman, se-
rán una prolongación de la actitud del humanismo renacentista. El
todavia creciente nacionalismo, desarrollará su actividad a través de
una Arqueologia celta, gálica o bretona que se acerca muy pronto,
metodológicamente, a la Arqueologia prehistórica del siglo XIX. Fi-
nalmente, los primeros brotes del romanticismo abrirán un nuevo ca-
mino —no clásico— con la Arqueologia medieval y la valoración es-
tética del mundo gótico.
Sin embargo, aun la Arqueologia clásica adquiere en este siglo
una visión mucho más auténtica de la realidad sofiada que es la An-
tigúedad greco-romana, para los hombres de Occidente, en un mo-
mento estético neo-clásico como el que viven. En efecto, las excava-
13
= a pltemetis
sto Paludo py Mio,
EE Pp as =
Ea
Plano y cortes del Palacio de Palenque (México) según Bernasconi en su «Informe
sobre las ruinas de Palenque» (1785). Biblioteca de la Real Academia de la Historia
(Madrid),
Corte transversal de «El Palacio» de Palengue, según Luciano Castafieda (|8US). Du-
paix, 1969. Lám., 94.
14
estos hombres frente a una interpretación bíblica del origen del hom-
bre puede quedar representada por la vida ejemplar de Boucher de
Perthes. En efecto, este pionero de la Prehistoria, cuyos primeros ha-
llazgos de sílex trabajados datan de 1826, ha realizado su primera
excavación estratigráfica del yacimiento de Abbeville, en 1837, pero
no será hasta 1860 cuando sea reconocido el valor de las pruebas
aportadas acerca de la existencia del hombre antediluviano. No hay
que olvidar que en esa primera mitad del siglo xIX todavia resulta
dominante en los mediós científicos de Europa la teoria cataclismá-
tica de Cuvier o de d'Orbigny, frente a la desprestigiada teoria evo-
lucionista lamarckiana y que, solamente en la segunda mitad del si-
glo, el evolucionismo darwiniano creará el ambiente necesario para
que las ideas de Boucher de Perthes y otros puedan triunfar (Már-
quez Miranda, 1959: 31-199).
Las excavaciones de Boucher de Perthes de 1837 a 1846 dan como
resultado un volumen —el primero de su obra — titulado: «Antiqui-
tés celtiques et antediluviennes», 1847, en el que trata de la industria
primitiva descubierta por él. El mismo título de la obra corrobora
la idea que hemos enunciado páginas atrás en el sentido de conside-
rar a los estudios prehistóricos como una consecuencia de la bús-
queda de la identidad nacional, más allá del homogéneo sustrato ro-
mano de los paises de Occidente. Del estudio de las antigiedades cel-
tas se pasa al de las industrias líticas antediluvianas, es decir, al cam-
po estricto de la Prehistoria europea. En América, aunque con un
mayor retraso respecto a Europa, se apreciará un fenómeno similar:
del estudio de las altas civilizaciones azteca e inca, se pasará al des-
cubrimiento de otras culturas del pasado precolombino que, expli-
cando a aquélias, llevarán al conocimiento de lo prehispánico hasta
sus verdaderos origenes prehistóricos.
El descubrimiento de la Prehistoria y su fundación como campo
científico del conocimiento es el resultado de la interacción de los
progresos que, a lo largo del siglo XIX, experimentan campos tales
como la Geologia, la Biologia y la propia Arqueologia. En efecto,
si el método estratigráfico en Arqueologia es una traducción a me-
nor escala del método estratigráfico en Geologia, el valor de los fó-
siles (animales o plantas), para el paleontólogo se traslada a los ins-
trumentos y aun a los restos óseos humanos. El concepto de «fósil
cultural», explicitado o no, constituye en mi opinión el resultado
más evidente de la influencia ejercida por las Ciencias Naturales en
estas nuevas Humanidades que empiezan a ser los estudios de Pre-
historia. Como dato ejemplar concreto, puede mencionarse el hecho
de que, en la segunda edición de la obra de Lyell «La antigiedad
del hombre probada por la Geologia» (1859), el geólogo britânico in-
cluye los datos aportados por Boucher de Perthes. Todo ello está,
naturalmente, en relación con los progresos verificados por la teoria
evolucionista, en todos los frentes, pero de un modo especial en el
de la Biologia; a ello nos referiremos en el siguiente capítulo.
A mi juicio, el concepto de «fósil cultural» en el método estrati-
17
gráfico y el hecho de alcanzarse niveles de «antigiiedad» para el hom-
bre que permiten contemplar la posibilidad de formas humanas no
actuales, es lo que hace que la Prehistoria presente, desde sus orige-
nes, un matiz fundamentalmente científico, que le aleja más y más
de la Arqueologia clásica, o de otras formas de Arqueologia, ancla-
das en el Humanismo.
De esa, cada vez más marcada, diferenciación entre Arqueologia
clásica y Prehistoria, nacerán confusiones terminológicas y de con-
tenido que se perpetuarán hasta nuestros dias. La Prehistoria, por
razones del campo de su interés, utilizará un método estrictamente
arqueológico, mientras la llamada Arqueologia combinará este mé-
todo y el uso de datos estrictamente arqueológicos, con el de otros
de carácter histórico. Es así como pueden explicarse aparentes in-
congruencias como la de utilizar como términos diferentes que se
yuxtaponen los de Prehistoria y Arqueologia, cuando, en realidad,
ambas parcelas —si lo son— utilizan un mismo método, que es el
arqueológico y no tienen un valor significativo desde el punto de vis-
ta de la periodización histórica.
De esa originaria dicotomia nacen también las específicas carac-
terísticas: humanística para la Arqueologia y científica para la Pre-
historia. No es extrafio, pues, que la actual Arqueologia científica
tenga, en gran parte, su origen en los estudios de Prehistoria, sobre
todo en el Viejo Mundo, mientras la Arqueologia, en gran medida,
es una rama de los estudios de Historia o de Historia del Arte.
[8
CAPÍTULO II
EVOLUCIONISMO E HISTORICISMO
Todo el siglo XIX, pero especialmente su segunda mitad, se ha
dicho que está bafiado por el signo del Evolucionismo: Hegel, Marx,
Darwin, Morgan, Freud, son las figuras representativas de este evo-
lucionismo en los campos de la Filosofia, la Historia, la Biologia, la
Antropologia y la Psicologia (Palerm, 1967: 104). Ello es la conse-
cuencia del positivismo comptiano y de la idea de «progreso» como
núcleo de un optimismo generalizado y de una fe sin límites en la
ciencia. No es extrafio que a ese optimismo y euforia desmedidos
siga, quizás como consecuencia de fracasos políticos evidentes, un pe-
riodo recesivo y pesimista que, para lo que nos interesa aquí, está
representado por el triunfo del Historicismo y difusionismo en la in-
terpretación antropológica de los hechos. En este capítulo vamos a
abordar esos dos enfoques teóricos, considerândolos como una opo-
sición, nunca superada, o como dos polos de atracción hacia los que
la teoria arqueológica se inclina alternativamente.
Mucho antes de que el evolucionismo cultural triunfe en Antro-
pologia, con Morgan y Taylor, al tiempo que se dan los primeros
pasos hacia la constitución de la Prehistoria como ciencia, varios au-
tores alemanes y daneses vienen a coincidir, por los mismos aÃos,
en una organización de los datos arqueológicos, sobre una base tec-
nológica, que implica una idea evolucionista en su misma estructura
fundamental. En Alemania serán: Lisch (1832) y Daneil (1825-1838)
y en Dinamarca: Thomsen (1835) y más tarde Worsae, quienes pre-
sentarán un esquema organizativo sobre la base del material de los
instrumentos, en Piedra, Bronce y Hierro (Bosch, 1969: 39).
Ese sistema tripartito se convertirá, en manos de los grandes pre-
historiadores franceses y britânicos de la segunda mitad del siglo XIX
en un sistema cuatripartito que perdura, con ligeras modificaciones,
hasta el presente. Para Gabriel de Mortillet (1867 y 1883) serán las
edades de la piedra tallada, de la piedra pulimentada, del bronce y
del hierro. Para Sir John Lubbock (1865), Paleolítico, Neolítico,
Bronce y Hierro.
19
No es extrafio, pues, que sea a partir de los estudios de Prehis-
toria en el Viejo Mundo, como se desarrolle una línea investigadora
en la que Ciencias Naturales y Arqueologia prehistórica establecen
nexos de cooperación y relación que resultarán ampliados al consi-
derar a la Prehistoria no como un período de la Historia tradicio-
nal, sino como una manera de enfrentarse con el estudio de las cul-
turas humanas de! pasado, totalmente desligado del análisis históri-
co de textos. La existencia de cátedras de Arqueologia ambiental,
como la sustentada en la Universidad de Londres, por Zeuner, es la
consecuencia de un marcado interés por este tipo de estudios en al-
gunos sectores de la Prehistoria occidental, especialmente de la bri-
tânica (Zeuner, 1956 y Cornwall, 1964).
Hay otra característica de la Arqueologia prehistórica de finales
del siglo XIX que presenta, igualmente, un carácter eminentemente
evolucionista y que, al igual que las anteriores, perdura hasta la ac-
tualidad. Me refiero ai uso de datos etnográficos con fines compa-
rativos y analógicos. Si a los pueblos primitivos actuales los consi=
deramos como grupos humanos culturalmente retrasados, o que han
quedado sin evolucionar, pueden ser considerados en términos muy
amplios— como una ilustración viva de los constructores de indus-
trias prehistóricas. En virtud de ese razonamiento, la Arqueologia
prehistórica requiere de un complemento etnográfico, que vaya ilus-
trando etapa por etapa los hallazgos de carácter tecnológico ofreci-
dos por el análisis arqueológico. Es así como John Lubbock incluye
en su obra un estudio de los primitivos actuales o salvajes modernos
que completa su exposición de lo que se sabia en su época, de los
albores de la Humanidad (Lubbock, 1897, vol. Il). N. Joly utiliza,
igualmente, ese procedimiento, dando ejemplos de culturas etnográ-
ficas, para ilustrar evidencias arqueológicas (Joly, 1879: 172-328).
Esa relación, que se hace tradicional, entre Prehistoria y Etno-
grafia, es lo que explica que todavia en 1921 Jaime de Morgan pue-
da decir que «la arqueologia prehistórica ha quedado encerrada den-
tro de la etnografia (...). De este modo el uso ha consagrado los tér-
minos de prehistoria, protohistoria y etnografia, para indicar los di-
versos capítulos de un conjunto de estudios que ha quedado sin nom-
bre...» (Morgan, 1925: 21).
Los mismos términos de primitivos actuales o de salvajes moder-
nos, están ligados a ese momento marcadamente evolucionista por
el que pasan ciencias del hombre tales como la Antropologia misma
y la Prehistoria. Las tres etapas clásicas en el esquema de Morgan,
salvajismo, barbarie y civilización, impregnarân asi, de manera casi
inconsciente, todos los avances que se producen en la época, dentro
del campo de la Etnologia y de la Prehistoria (Morgan, 1946).
Con todas las salvedades, podria presentarse la siguiente homo-
logación como válida para ese momento histórico (Cuadro 1).
El evolucionismo cultural, tal como estaba planteado por los au-
tores mencionados —Morgan, Taylor, Marx, Engels, etc. — era una
concepción excesivamente simplista de la realidad; era más una hi-
22
CUADRO 1.
Thomsen/ ; Prehistoriadores
Worsae” Mortilet | Eubbock Morgan Childe Soviéticos
Edad de :
Feira Paleolítico | Salvajismo | Salvajismo ee
: Revolución
Eipdra Neolitica
Edad de . Sociedades
la Piedra Neolítico Barbarie Rn clânicas o
pulimentada ' gentilicias
Edad del Edad del Revolución
Bronce Bronce Bronce Urbana
Civilización] Civilizaciôn | Sociedades
clasistas
Hierro | Edad del | Edad del
Hierro Hicrro
pótesis, con posibilidades fecundas, que una realidad bien probada,
sobre todo dentro de un contexto histórico y arqueológico. Es por
ello, quizás, por lo que a un momento de gran euforia sucede otro
de pesimismo exagerado, sobre todo en los mencionados campos y,
por extensión, en el de la Etnologia. El positivismo, la idea de pro-
greso, la fe ilimitada en la ciencia dejan paso a un creciente espiri-
tualismo, particularismo e historicismo. El hombre, entonces, no pa-
rece posible sujetarlo a leyes o reglas que lo expliquen y el desarro-
llo de la Humanidad es el resultado de un constante tejer y destejer,
de avances y retrocesos que sólo pueden explicarse por una volun-
tad individual y circunstancias siempre particulares, que nunca se re-
piten de manera idéntica y que, por consiguiente, habrá que estudiar
con minuciosidad de manera aislada y particular en cada caso. La
posibilidad de establecer ciclos o de considerar las relaciones de in-
terdependencia entre cultura y ambiente natural no se descartan e in-
cluso constituyen el eje de determinados planteamientos teóricos,
pero como regla general se considerará al hombre con una marcada
tendencia a la imitación y muy escasamente como creador indepen-
diente de formas que puedan parecerse a otras en la distancia y en
el tiempo. De ahi que la explicación difusionista constituya o sea
una de las más generalizadas, llegândose a extremos absolutamente
exagerados.
En esta línea de pensamiento, las figuras de Ratzel, Graebner,
Schmidt, Boas, Elliot Smith, etc. son quizás las más representativas,
aunque muchas otras contribuyan de manera decisiva al afianza-
miento de sus tesis, desde finales del siglo XIX hasta los aíios 30 del
presente. Pero, del mismo modo a como veremos después, la orien-
tación evolucionista no muere con el final del siglo, sino que perdu-
23
ra y se renueva en la segunda mitad del siglo XX, tampoco la orien-
tación histórico-cultural se acabará con los autores citados, sino que
perdurará hasta nuestros dias en una u otra forma.
En el campo concreto de la Arqueologia, podríiamos decir que el
evolucionismo fue criticado a partir de la existencia de muchos ca-
sos concretos en los que la idea de progreso —en este caso funda-
mentalmente tecnológico— fracasaba por falta de evidencias, o por
el hecho de que las evidencias más bien contribuíian a probar todo
lo contrario.
No puede decirse que la teoria nuclear de los círculos culturales
(Kulturkreise), de la escuela histórico-cultural de Viena esté en ab-
soluta contradicción con el evolucionismo clásico (Palerm, 1967:
Oswaldo F. A. Menghin en Sevilla, 1966. (Foto del autor).
24
En este esquema, las diferentes orientaciones culturales o ramas
se han visto dentro de un contexto arqueológico, pero las culturas
propiamente dichas exceden de este nivel para, estableciendo analo-
gias de carácter etnográfico, equipararse a los grandes circulos cul-
turales de valor etnológico, enmarcândolo todo ello en un esquema
de horizontes culturales, en el que cada nivel tiene el carácter de una
etapa evolutiva, pero no el de un período cronológico.
En términos generales, y pese a su carácter historicista, la Escue-
la de Viena no puede decirse que sea en absoluto anti-evolucionista;
los ejemplos citados lo prueban así e igualmente queda bien demos-
trado por la pervivencia del concepto de estados conservativos, al
que nos hemos referido antes. Esta idea queda reflejada con clari-
dad, precisamente dentro de la escuela de José Imbelloni, en la Ar-
gentina. Este autor que, por diversas razones, pertenece y se identi-
fica con la rama historicista de la escuela vienesa en Italia, con au-
tores de tanto prestigio como Trombetti y Biasutti, ejerce una pro-
funda influencia en la Argentina, donde muchos etnólogos y arqueó-
logos de los afios 40 siguen, de manera tardia, esa escuela, como con-
secuencia del magisterio ejercido por Imbelloni en esa época en aquel
pais. Dos de estos epigonos de la escuela histórico-cultural en la Ar-
gentina, Carlos Vega y Enrique Palavecino, son los autores del cua-
dro que reproducimos a continuación, en el que se pone de mani-
fiesto, claramente, el concepto mencionado de los «estados conser-
vativos», al que identificamos como de signo claramente «evolucio-
nista» (Imbelloni, 1953: 161).
CAMPO ACTUAL DE OBSERVACIÓN
la Ib IV V Culturas históricas vi] VI [io] Hla |U lI
Zé I
VII. Ciclo de los grandes Estados
/ N |
VI. €. Sefiorial
V, Ciclo del Arco
N Hb. C. de los Pastores
IV. €, de la Azada “ |
| Hla. Cazador Super.
Ib. C. Tasmanoide IH. C. del Boomerang
la. Ciclo Pigmoide
27
ese núcleo del pensamiento marxista (Wittfogel, 1966; 21 y sigs. Véa-
se también sobre este tema: Sofri, 1971 y Chesnaux y otros, 1969).
Pese a que frecuentemente se ha considerado a Max Weber
«como el protagonista de la sociologia antimarxista», en realidad,
tanto Marx como Weber estaban interesados en el estudio de la gé-
nesis y desarrollo del Capitalismo como fenómeno culminante de la
historia moderna: la diferencia estriba más bien en el énfasis dado
por Marx a los elementos econômico y tecnológico y por Weber a
los elementos de carácter social, ideológico y organizativo. En ese
sentido, la interpretación weberiana puede considerarse más como
una corrección de la interpretación marxista que como una verda-
dera refutacióôn. Esto, no obstante las diferencias políticas persona-
les de ambos autores; uno admitiendo la dictadura del proletariado;
el otro, manteniêndose en una línea absolutamente liberal, de recha-
zo a cualquier tipo de despotismo.
El pensamiento de Max Weber interesa a la nueva visión del evo-
lucionismo que se vislumbra tomando como base la definición de
«modo asiático de producción», a partir de una de sus característi-
cas más notables: la burocratización. Si el Capitalismo está ligado a
un proceso de racionalización técnica de la economía, esta raciona-
lización se extiende a los demás aspectos de la vida social y política,
mediante el desarrollo y predominio de la burocratización que en el
Socialismo de Estado llega a su expresión más extrema. Ahora bien,
este fenômeno no es exclusivo de nuestra sociedad, en el momento
que vive, sino que se ha dado en el pasado en sociedades diferentes:
en el llamado Imperio Nuevo de Egipto; en la Monarquia dioclecia-
na; en China: desde Shi-Huang-Ti; en la iglesia Católica romana, des-
de el siglo XIII, etcétera.
El origen de este burocratismo para Max Weber se halla en las
grandes construcciones hidráulicas de la sociedad oriental: es en ese
sentido, por lo tanto, como hay que analizar el fenómeno para la de-
terminación concreta de un modo de producción, que difiere sensi-
blemente del clásico o germânico, utilizado por Marx, para la ela-
boración de su esquema evolutivo unilineal (Weber, 1944).
La verdadera reincorporación del Evolucionismo como teoria ex-
plicativa al terreno de los estudios históricos y arqueológicos, se debe
al prehistoriador britânico Vere Gordon Childe, una de las figuras
más interesantes en el campo de la Arqueologia, de todo el siglo XX,
el cual, discutido y combatido por unos y seguido por muchos otros,
ha tenido, sin duda, una gran influencia en el desarrollo de la inves-
tigación arqueológica en las últimas décadas en todo el mundo.
(Bosch, 1959; Gortari, 1969: 115-126; Lorenzo, 1959; McNairn, 1980;
Pérez, 1981 y Trigger, 1982).
En la biografia de V. Gordon Childe, la crisis intelectual más im-
portante es la que se produce entre 1925 y 1936, ya que es, en efecto,
en esos afios cuando pasa de ser un arqueólogo de corte más bien
tradicional a poder ser calificado de «neo-evolucionista». En 1925 pu-
blicaba La aurora de la civilización europea (Childe, 1925, 1929 y
39
Arqueologia prehistórica sobre unas bases metodológicas y teórica-
mente más fecundas y positivas. No me estoy refiriendo, por supues-
to, a la inmensa mayoria de los prehistoriadores del Viejo Mundo
que, aun hoy, siguen estrechamente limitados a una descripción ti-
pológica ordenada dentro de una secuencia cronológica.
Sia Vere Gordon Childe se le puede considerar, en algún senti-
do, el pionero del Neo-evolucionismo, la incorporación renovada del
evolucionismo a la teoria antropológica se debe, sin duda, a Leslie
A. White, quien, a lo largo de los afios 40, casi en solitario, entabla
una lucha desigual y excitante con el todavia dominante grupo boa-
siano, en los Estados Unidos, y muy especialmente con uno de sus
representantes más significativos: Alfred L. Kroeber, con quien sos-
tendrá, una tras otra, innumerables polémicas.
Las obras de Leslie A. White que más nos interesan en este mo-
mento son: el artículo titulado «La energia frente a la evolución de
la cultura (White: 1943 y 1964: 337-363) y su libro The evolution of
Culture (White, 1959).
Para Leslie A. White, la cultura es un sistema total integrado, en
el que los subsistemas principales (White, 1964: 338) son: el tecno-
lógico, el sociológico (o las relaciones interpersonales) y el ideológi-
co, dependiendo uno de otro, en el orden indicado, o estando deter-
minado en ese sentido uno por el otro, lo que puede esquematizarse
de la forma siguiente:
Subsistema ideológico
1 Í
Subsistema sociológico
1 1
Subsistema tecnológico
De todos estos tres subsistemas, el papel principal corresponde
al tecnológico, en tanto que el hombre, como animal, depende de
los medios materiales y mecânicos para adaptarse al medio y la tec-
nologia le proporciona los medios de defensa para sobrevivir. El ni-
vel social es dependiente del anterior y representa el esfuerzo huma-
no en el uso de los instrumentos de subsistencia. Finalmente, el sub-
sistema ideológico es la interpretación de la experiencia y, por con-
siguiente, deriva del uso de una determinada tecnologia. En resu-
men, podriamos decir que, en opinión de White, el subsistema tec-
nológico determina a los subsistemas social e ideológico, aunque és-
tos, a su vez, condicionan al subsistema tecnológico.
La tesis principal de Leslie A. White se refiere, sin embargo, al
papel de la energia en la evolución de la cultura. En este sentido,
White parte de la Segunda Ley de la Termodinâmica, según la cual
43
prehistóricas han desarrollado tradicionalmente un máximo de acti-
vidad, ya que, si los mejores terrenos de cultivo son aquellos situa-
dos en llanuras o altiplanos con una ligera inclinación que permita
el perfecto drenaje de los campos, es evidente que hay muchos terri-
torios que se encuentran en condiciones topográficas tales que sólo
mediante la construcción de costosas terracerias se llega a alcanzar
la suficiente horizontalidad necesaria para el desarrollo de los culti-
vos. Las terrazas para el cultivo del arroz en el Sureste asiático o
las andenerias construidas por los incas u otras poblaciones anterio-
res en los Andes Centrales, pueden constituir buenos ejemplos de
ese tipo de construcciones (Denevan, 1980).
Los tipos de paisaje en los que pueden desarroliarse actividades
del género de las descritas son relativamente variados: paisajes de-
sérticos de aridez total; esteparios semiáridos y muy húmedos. De
todos estos paisajes resulta particularmente idôneo el de tipo semiá-
rido, con una importante fuente hidráulica, a partir de la cual se pue-
de desencadenar todo el proceso de la agricultura hidráulica, en la
que el control del agua en gran escala, constituye su característica
más sobresaliente.
Karl Wittfogel desarrolla, a partir del concepto de agricultura hi-
dráulica (claramente opuesto al de hidroagricultura, o control del
agua a pequerfia escala) las nociones de sociedad hidráulica, socie-
dad oriental y despotismo oriental. Se entiende por sociedad hidráu-
lica aquélla en la que las construcciones hidráulicas o no hidráulicas
son controladas o las realiza un Estado excepcionalmente poderoso.
La sociedad hidráulica viene a equipararse al concepto de sociedad
oriental, que toma de Stuart Mill (1909), o al de despotismo oriental
que toma de Milukow, en el que el Estado es más fuerte que las de-
más fuerzas de la sociedad.
La economía hidráulica se caracteriza por desarrollar la coope-
ración a gran escala en relación con los trabajos preparatorios para
el regadio y en relación con el trabajo agrícola propiamente dicho.
Esta cooperación en el trabajo puede alcanzar hasta 180 días en el
afio y requiere planeamiento, integración y liderazgo hidráulico, tan-
to científico como administrativo.
Las construcciones son, generalmente, gigantescas, tanto si tie-
nen carácter especificamente hidráulico o no. Las obras hidráulicas
pueden ser instalaciones productivas como canales, acueductos, de-
pósitos, presas y diques para cl ricgo; o instalaciones protectoras,
como canales de drenaje y diques para el control de inundaciones o
acueductos para el agua potable, o canales de navegación.
Por otra parte, las sociedades hidráulicas crean obras igualmente
gigantescas, pero de carácter no hidráulico, como muralias u otras
construcciones de carácter militar; caminos y edificios públicos de ca-
rácter civil o religioso, como palacios, tumbas y templos. Estas cons-
trucciones de tamaiio gigantesco ofrecen semejanzas espectaculares
con la industria pesada de la civilizacióôn capitalista: el tamafio de
las estructuras y la mano de obra extraordinariamente numerosa
47
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57
desarrollado en un capítulo próximo con mayor detalle; ahora ha-
remos solamente algunas precisiones iniciales.
Lo que se conoce hoy con el nombre de Ecologia cultural es, en
gran medida, un desarrollo de las ideas evolucionistas de los autores
antes mencionados. Por Ecologia cultural debe entenderse «la inte-
racción de los procesos culturales con el medio» (Sanders, 1973: 43).
En palabras del propio autor, deben contemplarse los siguientes prin-
cipios:
«l. Cada medio ambiente, plantea a sus ocupantes humanos una
serie de problemas peculiares y, en consecuencia, posibilita respuestas
culturales dentro de una serie de alternativas. Existe, sin duda, un 50-
lapamiento entre desafios ecológicos y respuestas culturales de un me-
dio a otro. Igualmente, podemos afirmar que, entre varias posibili-
dades, existen determinadas respuestas culturales que tienen mayor
probabilidad de surgir que otras. Algunas de estas respuestas pueden
ser de carácter tecnológico, social o incluso religioso,
«2. Las soluciones culturales al responder a problemas que impo-
ne el medio, suelen seguir el camino de una mayor eficiencia para ha-
cer uso del medio.
«3. En la elaboración de cualquier esquema conceptual en cultu-
rologia, el medio debe ser considerado como activo; come una parte
integral del sistema cultural y no como un factor pasivo extracuitu-
ral». (Sanders, 1973: 43).
Los actuales desarrollos de la llamada Ecologia cultural norteame-
ricana, deben verse en relación con los que, independientemente, se
habian desarrollado en Gran Bretafia, dentro del marco que pode-
mos denominar, en términos amplios, «ambientalismo» y se conec-
tan, por último, con la «arqueologia de asentamientos», de origen
igualmente norteamericano, a la que nos vamos a referir en un pró-
ximo capitulo.
58
CAPÍTULO IV
FUNCIONALISMO EN ARQUEOLOGÍA
Es bien sabido que la reacción más positiva y fecunda al histo-
ricismo y particularismo dominantes en el primer cuarto del siglo
XX, tanto en Europa como en América, fue la que representó el Fun-
cionalismo, como un enfoque, como un cuerpo de doctrina y como
una metodologia, que venia a replantear casi desde sus mismos fun-
damentos a la Etnologia, hasta el punto de que en Gran Bretafia to-
maria el nombre de Antropologia Social, lo que iba a acarrear, qui-
zás, más inconvenientes que ventajas.
Para los afios 20, en que aparecen las obras más importantes de
Bronisiaw Malinowski, los arqueólogos e historiadores utilizaban ge-
neralmente como elementos mínimos de análisis los «hechos» o los
«datos» aislados unos de otros, o descompuestos en rasgos o elemen-
tos culturales, los cuales servían para establecer comparaciones, ha-
llar distribuciones en áreas o dispersiones en el tiempo y en el espa-
cio. El concepto de función (Esteva, 1965) vino a revolucionar com-
pletamente las bases sobre las que se estaba operando en esos dos
campos concretos.
La introducción de una concepción funcional en Arqueologia no
fue ni rápida ni sencilla. Ya hemos dicho que el primero en utilizar
una concepción semejante es V. Gordon Childe, al senialar explici-
tamente que «una cultura es un todo orgânico y no un conjunto me-
cânico de rasgos» (Childe, 1964: 36 v sigs.) v eilo, probablemente
como consecuencia de una primera influencia de la obra de Bronis-
law Malinowski en la conceptuación de cultura arqueológica en Chil-
de. En el caso de los Estados Unidos la introducción del funciona-
lismo en la Arqueologia es relativamente tardia y se produce, igual-
mente, como una consecuencia de la influencia de Radcliffe-Brown
en la Antropologia americana en los afios 40 (Willey y Sabloff, 1974:
187). Sin embargo, así como en la Arqueologia britânica el funcio-
nalismo childeano es más bien esporádico y pragmático, en el caso
norteamericano se afianza como un verdadero cuerpo teórico, espe-
cialmente con el llamado «método conjuntivo» de Walter Taylor.
59
de lo que él Ilama el «enfoque conjuntivo». El conjunto queda sin-
tetizado en su tabla 4 (Taylor, 1948:153) cuyo contenido es el siguien-
te:
A. Problema
B. Datos:
1. Colección:
à, Local cultural.
1) Artefactos
2) Residuo cultural
3) Depósitos
b. Local, humano biológico
c. Contemporâneo, geográfico
1) Geológico
2) Meteorológico
3) Flora
4) Fauna
d. No local, humano
1) Contemporâneo
2) Pre-local
3) Post-local
e. No contemporâneo, geográfico
1) Pre-local
2) Post-local
2. Estudio:
a. Critica de la válidez de los datos.
b. Análisis
c. Interpretación
d. Descripción
3. Presentación
C. Cronologia local (Crônica)
D. Sintesis y contexto (Ermografia o Historiografia)
E. Comparativo (Etnologia)
I. Cultural
2. Cronológico
F. Estudio de la Cultura (Antropologia)
El esquema antecedente es, realmente, todo un programa de ac-
ción y de orientación nueva en Arqueologia, cuyas principales ca-
racterísticas podrian sintetizarse de la manera siguiente: por una par-
te, tanto la recogida de datos como todos los demás aspectos de la
investigación inciden, fundamentalmente, en tres aspectos: 1) aspec-
to cultural; 2) aspecto antropobiológico; 3) aspecto ambiental. Esa
visión tripartita de la evidencia es ya de por si enormemente enri-
quecedora, si comparamos con lo que hasta ese momento se estaba
haciendo en Arqueologia, por parte de los profesionales norteame-
ricanos. Pero el enfoque conjuntivo es aún mucho más rico, si tene-
62
mos en cuenta que esos tres factores o aspectos los está analizando
Taylor en función de la cronologia (pre-local/ post-local) y de la Geo-
grafia o del espacio.
Por otra parte, el esquema ofrecido por Walter Taylor es un mo-
delo en cuanto al orden y niveles de carácter interpretativo o de ela-
boración, por los que debe pasar la investigación arqueológica. En
realidad Taylor establece una comparación entre la Antropologia
Cultural o Etnologia, como campo de la Antropologia más desarro-
llado en el momento en que escribe, y lo que viene a ser mãs bien
una propuesta de investigación arqueológica equiparable a la de tipo
etnológico.
Los términos concretos del esquema de investigación en compa-
ración, podrían ser los siguientes:
Arqueologia Etnologia
Estudio Cultural Antropologia
Comparativo Etnologia
Sintesis/ Contexto Etnografia/ Historiografia
Cronologia local Crónica
Colección Trabajo de campo
Es evidente que el trabajo de campo o recogida de datos en Ar-
queologia y en Etnologia reguiere técnicas absolutamente diferentes.
A partir de los niveles superiores, las semejanzas en el trabajo o in-
cluso la identidad de intereses se van haciendo cada vez más nume-
rosos e importantes hasta alcanzar el último de los niveles, en el que
el objeto de estudio es el mismo. Es a partir de una concepción se-
mejante como la Arqueologia va a empezar a ser considerada, de ma-
nera real, como un método de la Antropologia, y no como algo me-
nos desligado de los intereses específicos de este campo científico. A
partir de este momento se podrá hablar, con propiedad, de una «Ar-
queologia antropológica».
El funcionalismo en Arqueologia, o la escuela Normativista va a
tener un representante de gran talla con la figura de Gordon R. Wi-
lley, una de las personalidades más activas, creadoras e influyentes
desde muchos puntos de vista de la Arqueologia norteamericana de
los últimos afios. Si por una parte puede considerársele como con-
tinuador de las ideas de Walter Taylor, por otra parte profundiza
enormemente en el campo teórico y crea nuevas líneas de investiga-
ción que, como el enfoque de «patrones de asentamiento», tendrán
consecuencias y prolongaciones de gran trascendencia.
Los planteamientos teóricos más importantes del autor al que
nos vamos a referir ahora han sido presentados por él mismo a tí-
tulo personal, o en colaboración con Philip Phillips, desde 1953 a
1958, aunque en realidad, su elaboración ha continuado hasta el mo-
mento presente con su monumental síntesis Una introducción a la
arqueologia americana (Willey, 1966-71).
63
La primera afirmación que deseo retener del libro de Willey y
Phillips (Willey y Phillips, 1958. También: Phillips y Willey, 1953 y
Willey y Phillips, 1955) es aquella que dice: «La arqueologia ameri-
cana es Antropologia o no es nada». Pese a la limitación geográfica
marcada por los autores para la materia de este libro, creo que muy
bien se puede extender universalmente, diciendo que la Arqueologia
es Antropologia o no es nada. Esta afirmación enlaza con la con-
clusión de nuestro comentario a la obra de Taylor, ya que, si, en efec-
to, a partir de éste se puede hablar con propiedad de Arqueologia
antropológica, ésta es una verdad mucho más conscientemente ex-
presada, a partir del libro de Willey y Phillips.
En realidad, es a partir de esta afirmación como se puede enten-
der la polémica cada vez más viva y extendida entre los que consi-
deran a la Arqueologia como una ciencia histórica o incluso, como
una ciencia auxiliar de la Historia, y aquellos otros que pretenden
hacer de esta ciencia una verdadera ciencia social, con planteamien-
tos teóricos y desarrollos lógicos, característicos de cualquier meto-
dologia científica.
La mencionada afirmación de que «la Arqueologia es Antropo-
logia o no es nada» se hace tomando como base dos supuestos teó-
ricos: 1) el de que la Antropologia es más Ciencia que Historia; y
2) el de que el objeto de estudio de la Antropologia es doble: la so-
ciedad y la cultura.
El primero de esos supuestos nos remite a una cuestión siempre
pendiente, en gran parte porque los términos de su discusión se de-
sarrollan en un nivel excesivamente ambiguo, la de que la Historia
es un «arte» y como tal se halla en oposición a la «ciencia». Dejando
a un lado todos los intentos recientes de la historiografia por con-
vertirse en una «ciencia social» (Alcina, 1974), deberemos entender
que en este caso la Historia de que se está hablando es la Historia
de acontecimientos únicos o no recurrentes. La Antropologia es un
campo en el que, igualmente, hay acontecimientos únicos y otros re-
currentes. Un tratamiento «científico» de la realidad antropológica,
tendrá en cuenta fundamentalmente a los acontecimientos recurren-
tes, por ser «más significativos», aunque los acontecimientos únicos
sean más numerosos.
En este caso, como en los ya mencionados de Walter Taylor o
de Julian H. Steward, se aprecia una completa repulsa del «particu-
larismo» e «historicismo» que ha caracterizado durante medio siglo
a la escuela antropológica norteamericana; es a partir de ese anti-
particularismo, como se puede comprender la tendencia cada vez
más acusada entre todos los antropólogos y arqueólogos norteame-
ricanos a la búsqueda de criterios metodológicos explicitamente cien-
tíficos.
Los hechos «históricos» de carácter único o no recurrentes se pro-
ducen, naturalmente, dentro de límites temporales y espaciales; el
descubrimiento de regularidades se producirá más allá de esos lími-
tes.
64
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BAnejaIdia uy pepilapduios ap sajaaIN
67
rias, podremos hacer inferencias y deducciones en relación con: cla-
ses sociales, niveles económicos, creencias religiosas, arte, etc.; las
plantas de las viviendas y la distribución espacial de los restos de uti-
llaje, comida u otros nos permitirán acercarnos a la vida ordinaria
del grupo, el trabajo artesano o, incluso, determinados aspectos de
la estructura social, como residencia, patri o matrilinealismo, etc.; el
estudio de los patrones de asentamiento será la base para un estudio
de la distribución de la población y la demografia, de sistemas de
producción, de niveles económicos, etc.; las construcciones hidráuli-
cas serán la base para una profundización en los modos de produc-
ción o de distribución econômica, etcétera.
Gordon R. Willey precisa con toda claridad las dos divergentes
orientaciones en la interpretación arqueológica, lo que constituirá
propiamente dos niveles interpretativos: a) Integración histórico-cul-
tural; y b) Interpretación procesal. Ambos quedan suficientemente
especificados en los diferentes niveles de complejidad interpretativa
creciente en el cuadro que reproducimos a continuación.
En ese cuadro (Willey, 1953a) se separan claramente los dos ob-
jetivos problemáticos distintos desde un principio: el histórico, del
procesal, el etnográfico del etnológico, el particularista, del genera-
lizador. En las diferentes columnas que significan grados de crecien-
te complejidad en la interpretación, se manejan conceptos tales como
unidades culturales, conjuntos culturales, cronologia y área, tipo y
función, etc. Lo que persigue una orientación histórico-cultural es es-
En pie (de izquierda a derecha): J. Quirarte, T. P. Culbert, J. W. Ball, R. E. W.
Adams, R. M. €. Netting y W. L. Rathje. Sentados (de izquierda a derecha): M. D.
Coe; R. L. Rands, G. R. Willey, G. W. Lowe y W, T. Sanders. (1974).
68
tablecer relaciones genéticas de carácter cultural en función de tiem-
po y espacio; mientras la orientación procesal pretende alcanzar un
nivel de interpretación funcional de formas o conjuntos culturales.
En lo que Willey y Phillips laman Integración histórico-cultural,
los datos primarios deben ser ordenados y organizados a partir de
una tipologia y una taxonomia específicas, en unidades arqueológi-
cas que permitan establecer conexiones y relaciones con sus respec-
tivos contextos desde un punto de vista ambiental y funcional. Esas
relaciones permitirán sefialar las dimensiones internas y las relacio-
nes externas en función del tiempo y del espacio, utilizando con fi-
nes descriptivos conceptos tales como difusión, aculturación, estimu-
lación difusiva, emigración, etcétara.
Lo que los autores de referencia tratan de significar con la lla-
mada Interpretación procesal, es propiamente un intento de descu-
brir regularidades en las relaciones dadas por los métodos de inte-
gración histórico-cultural.
Si en el nivel de integración histórico-cultural se intentaba res-
ponder fundamentalmente a las preguntas: ;dónde? y jcuândo?, en
el de interpretación procesal se responderia a las preguntas de: iqué
sucede?, ;cómo sucede? y ;por qué sucede”, teniendo en cuenta siem-
pre el doble aspecto: social y cultural,
En el momento en que Willey y Phillips hacen este programa de
trabajo, deben reconocer que lo que se ha hecho hasta esa fecha,
1958, en el campo de la Arqueologia americana es francamente muy
poco. En realidad lo poco que se ha hecho hasta ese momento lo
ha realizado el propio Willey, a través del enfoque o método de «pa-
trones de asentamiento» (Willey, 1953b y 1956), al que nos referire-
mos luego con mayor extensión, pero que, también en ese instante
no es sino el comienzo de una metodologia que resulta ser muy pro-
metedora.
Por esas mismas fechas, un joven arqueólogo inglés, Eoin
McWhite, plantea en un importante artículo lo que podriamos lla-
mar una interpretación sociológica de los materiales arqueológicos
(McWhite, 1956 y 1972). Sin entrar en muchos detalles, diremos que
el esquema básico de sus niveles de interpretación están siguiendo
en parte a Hawkes (1954: 161-162) y en parte al ya citado Willey
(1953a: 363). Este esquema es el siguiente:
1, Taxonóômico y Mecânico Identificación de formas o tipos
específicos, interpretación de los
usos, técnica de producción.
2A. Cronológico [1] Establecimiento de la con-
temporaneidad de grupos de ti-
pos a través de estratigrafia, aso-
ciación, tipologia, etc.
[2] Determinación de las secuen-
cias de períodos locales.
[3] Determinación de la cronolo-
69
turales, en un momento dado, sean adoptados o no es un factor psi-
quico. Por consiguiente, si el factor histórico es impredictible, el úni-
co que cuenta es el psíquico: por lo tanto las leyes de la cultura de-
berán ser leyes psicológicas. Binford llegará a decir que el arqueólo-
go habrá que considerarlo o bien como historiador de la cultura, tal
y como lo ha sido hasta este momento, o bien como un verdadero
paleo-psicólogo, especialidad para la que, en principio, no parece es-
tar especialmente preparado. La conclusión inevitable es, en opinión
de Binford, que, realmente, el arqueólogo no ha dejado de ser un his-
toriador de la cultura, lo que representa un fallo esencial para desa-
rrollar ei plano interpretativo de la teoría arqueológica (Binford,
1965).
72
CAPÍTULO V
LA «NUEVA ARQUEOLOGÍA»
Ya hemos dicho al comienzo de este libro hasta qué punto con-
sideramos detestable la expresión que utilizamos para titular este ca-
pítulo. En realidad, su ineficacia es semejante a la de otras expre-
siones, también mencionadas entonces, como: «Arqueologia de se-
gunda generación», «Arqueologia científica» o «Arqueologia analiti-
ca». Hasta tal punto esto es así que, pese a todo, la expresión ele-
gida es mucho más comprensiva de la variedad de aspectos y orien-
taciones que cabe distinguir dentro de las más recientes elaboracio-
nes de la Arqueologia.
Efectivamente, lo que estamos tratando de designar con el nom-
bre de la «nueva Arqueologia» es un conjunto, ampliamente varia-
ble en el que sí, por una parte, apreciamos desarrollos contemporá-
neos de las lincas de aproximación que hemos estudiado en los ca-
pítulos precedentes, tales como: evolucionismo multilineal, ecologia
cultural y funcionalismo arqueológico, por otra se advierte la parti-
cipación decisiva de parte del neopositivismo lógico y de la teoria
general de sistemas, para dar lugar a los nuevos planteamientos de
la Arqueologia contemporânea, la que parcialmente podría recibir
los títulos antes enunciados y otros que vienen a calificar de manera
mucho más concreta las actividades en esos casos específicos.
Willey y Sabloff, en su Historia de la Arqueologia americana,
han calificado al último periodo de ese desarrollo, cuyo inicio sitúan
en los afios 60, con el título de «Periodo explicativo» (Willey y Sa-
bloff, 1974: 178 y sigs.), y aunque en su caracterización sefialan otros
factores, es quizás el más significativo aquel que se refiere al uso cre-
ciente de un razonamiento hipotético-deductivo, derivado de un en-
foque explicitamente científico, de acuerdo con los desarrollos más
recientes del Neopositivismo en la Filosofia de la Ciencia, tal como
se manifiesta, por ejemplo, en Hempel (1973) y otros autores con-
temporâneos.
«Un rasgo distintivo de la arqueologia científica es su conscien-
cia de que le incumben la formulación y contrastación de leyes hi-
73
potéticas generales» (Watson-LeBlanc-Redman, 1974: 25), enten-
diendo por ley general lo que para Hempel y Oppenheim es «gene-
ralización en forma de ley». Esta afirmación, que es extensiva a la
Antropologia como campo y que comienza a ser común a los cien-
tíficos sociales, como en general a todos los científicos, se halla cons-
tantemente en entredicho y discusión, al manifestarse en franca con-
tradicción con el razonamiento tradicional de carácter inductivo en
el que se han desarrollado, por lo general, las ciencias del Hombre.
Por ello, puede ser, quizás, ilustrativo poner en contraste el esque-
ma inductivo con el hipotético-deductivo, con el fin de sefialar esa
contradicción siempre presente.
Hempel reproduce como un ejemplo muy significativo del modo
de proceder por inferencia inductiva el siguiente párrafo de A. B.
Wolfe (En Hempel, 1973: 27):
«Si intentamos imaginar cómo utilizaria el método científico... una
mente de poder y alcance sobrehumanos, pero normal en lo que se
refiere a los procesos lógicos de su pensamiento, el proceso seria el
siguiente: En primer lugar, se observarian y registrarian todos los he-
chos, sin seleccionarios ni hacer conjeturas a priori acerca de su re-
levancia. En segundo lugar, se analizarian, compararian y clasifica-
rian esos hechos observados y registrados, sin más hipótesis ni pos-
tulados que los que necesariamente supone la lógica del pensamiento,
En tercer lugar, a partir de este análisis de los hechos se harian gene-
ralizaciones inductivas referentes a las relaciones, clasificatorias o cau-
sales, entre ellos. En cuarto lugar, las investigaciones subsiguientes se-
rian deductivas tanto como inductivas, haciêndose inferencias a par-
tir de generalizaciones previamente establecidas».
Una formulación semejante es la que plantea B. K. Swariz (1967),
para quien una investigación arqueológica «ideal» podria esquema-
tizarse del modo siguiente:
1. Preparación: «Preparación es la compenetración con la natu-
raleza del problema arqueológico u objeto básico que ha de re-
solverse... Hay dos aspectos de la preparación: [1] examen del
trabajo ya realizado, y [2] preparación para los problemas téc-
nicos del trabajo de campo» (Swartz, 1967: 487-88).
Adquisición: «Es el proceso mecânico de extracción de los da-
tos del trabajo de campo para su posterior estudio y análisis»
(Id: 488).
3. Análisis: «Es el procedimiento por el cual los datos arqueoló-
gicos se colocan en un marco de tiempo y de espacio...» (Id:
489).
4. Interpretación: «El fim de la interpretación es descubrir cómo
fue manufacturado y utilizado un conjunto de artefactos, en un
cierto lugar y en un tiempo determinado...» (Id: 489).
5. Integración: «Hay dos aspectos en la integración: reconstruc-
ción y sintesis, El objetivo del primero es reconstruir, tan com-
pletamente como sea posible a partir de los datos inferenciales,
cômo vivia un grupo de gente en un cierto lugar y en un tiem-
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